domingo, 11 de febrero de 2007

Manifiesto de sensibilidad (o algo así)

La vida es una cárcel con las puertas abiertas
Andrés Calamaro


No siempre puedes estar tan cansado, cuando la luna trasluce en las cortinas y sientes que el peso se recuesta contigo, pero no el peso físico del cansancio, si no el peso de la inútil vida. Es ahí, siempre ahí, cuando estallan los recuerdos más tristes, de nada servirá entonces la auto recriminación, la culpa es sólo parte de la materia, un palpitar confuso que se apelmaza en el pecho. Respirar cuesta tanto trabajo que estrujas con las uñas la colcha que ha aguardo pieles y sudores, la ventana se va comiendo la visión de las pupilas, hinchadas de no conocer, de no saber, mientras intentas asirte a un mundo que tal vez, no es más que inocua alucinación de variedades, siempre vendibles, traspasables, olvidables.

Te puedes sentar al borde de la cama y escribir cien versos que desgarren un alma, o bajar por agua para minorizar la carga. Pero todo es inútil pues sabes que aunque el sentimiento se desvanezca el mundo que te conoce seguirá ahí sin conocerte. Entonces no se sabe casi nada y el saber es utilizado para alimentar a esa vieja consumible que llamamos civilización. Un taxi pasa, la sirena de una patrulla que ha de ser régimen a veces, verdugo otras, o poder vacío de sabiduría, para almas atormentadas de nunca poder decidir. Los uniformados bajan, han visto alguien que no quiere ser él mismo y que en su cuerpo almacena un litro de alcohol, y sin preguntar lo azotan contra la pared. Lo despojan de todo aquello que les ha sido quitado primero, se ensañan como lo han hecho con sus hijos o con sus madres y estos con ellos, tal vez golpean o solo asustan, pero de todos modos es sabido que entre hombres la ley se vomita con licenciaturas en mano, se utiliza con arma y poder, se rompe cuando se está arto de las mismas reaccione, siempre así, como sobre cuerpos sin alma, sin miradas, sin verdad; la ley cae sobre nosotros como la mierda de una vaca cae sobre un hormiguero. Algunos la han de guardar para su beneficio, otros quedaran inertes por su peso, otros disfrutaran los regalos que les ofrece aquel olor podrido que sobrelleva el mismo olor del hombre. Pero es que en realidad no importa, ya lo dijo Octavio Paz, “En un mundo de hechos la muerte es un hecho más”.

Esto no asusta a la gente que alguna vez cree en Dios, que ha visto el mundo, pero la ventana es un aquí que te resguarda de los prostíbulos donde se vende su imagen, que son esos tantos templos, catedrales, conventos, donde te confieren el peso total de la verdad. Y Dios tal vez ni se entera que lo venden, y si se entera entonces él, que es todas las cosas, se acomide a ser vendible, abyecto o inocente niño que juega en este mundo donde se cambian billetes por redención, devoción por venganza, fe por culpa. Pero resulta que el infierno es otro y sólo lo pueden ver los acostumbrados al mundo; se aloja entre la sábana y el pecho, en un abismo tan profundo que ni los más valientes han dejado de visitarlo en noches de sinsentido, vulgar y decadente sinsentido.

El amor es para todos, la confianza es para la pequeña minoría. ¿Qué más se hace cuando la vida esta resuelta, la mesa puesta, el auto afuera? Tener confianza es por lo regular un síntoma de estabilidad económica, social, laboral, familiar, amorosa; y si volteamos un poco para un lado nos damos cuenta que millones trabajan para una renta de una casa de dos piezas, cazando el salario, el trabajo, como hemos aprehendido por décadas, nos hemos hecho fuertes estoicos. Redundante pero cada vez en mayor grado.

La tortilla sube de precio, la familia nuclear es raro encontrarla en pie y aún así abundan comerciales dónde todo mundo es feliz y tiene la estética propia de un estereotipo ya caduco. Leer no ha sido hábito de este pueblo, es moda, rareza, señal de burguesía, todo menos hábito de conciencia. No esperen buenos dirigentes de personas que sólo leen las revistas donde salen sus caras, que no leen poesía. Desconfíen del poder transparente porque ni siquiera se necesitaría saberlo todo, sino voltear a ver tu refri, tu mesa, tus hijos, tu conocimiento y poder confiar. Hay que volver a creer en el hombre que saluda con la mano, en la verdad que se basa en cómo laten los corazones cuando se dicen a los ojos, en el amor sin prejuicios de sexualidad, de tiempo o de espacio, regresar a las narraciones orales, acercarse a la poesía, pensarlo muy bien antes de apuntar con el dedo y decir ella es…él es… dejar de querer definirlo todo con sólo el conocimiento que te da la caja estúpida de colores, que no pretende informar, sino vender y distraer. ¡Basta de MTV o clichés baratos de Adal Ramones! ¡Basta de creer todo lo que dicen las noticias! De querer ser lo correctamente moral, lo correctamente cristiano. Duden de todo lo que se diga, después de eso crean lo correcto, lo que atienda a la calma y la sonrisa, lo que deje huella con suspiro, lágrima del corazón o conocimiento útil. Crean en el ocio como actividad cotidiana, en ello no hay pérdidas de tiempo sólo pérdidas de estrés. Suspiren, respiren, no dejen de arriesgarse, no se acostumbren a este mundo de solitarios vendibles, de colores refulgentes que amenazan al alma.

Pero quién soy yo para decir esto… yo que no soy nadie más que otro, que ni siquiera creo que haya más o menos, que le gustaría que todos los hombres asintieran el mundo, cada quien sus feelings, cada quién sus dioses, cada quien sus gustos, que no vendieran sentimientos, que no compraran integridades. ¡A últimas! Que sea como sea, porque de otra manera sería de otro modo y el otro modo nunca sabe hacia dónde lleva. Mientras, podemos estar seguros de que este camino terminará por ponernos a pelear, por el espacio, por sobrevivir o por no matar. No sé exactamente qué se hace para sensibilizar pero creo que se debe comenzar en la cocina, del pensamiento, de la casa y de la especie. Ojalá alguien se sume al barco…

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