Viejo final de partida perdida,
acabar de perder.
Samuel Beckett
También hoy he roto con los dientes los duros mecates que oprimían mis muñecas, y también hoy han quedado a ras de suelo amarrados a la pata de la cama. Levanto mi cuerpo con la misma parsimonia de un sacristán en plegaria, la misma de ayer. Desayuno los mismos huevos duros con esta sal que sala menos, el mismo pan mojado; ropa, la que sea. Da lo mismo presentarse al mundo en fachas que de gala si siempre se busca el final.
La aventura del día son los panes de Don Beto. Abro la puerta y contemplo el cielo… ese algo que se expande sobre mi cabeza y la de todos, como reafirmándonos la poca cosa que no creemos ser, que siempre estará él arriba y nosotros abajo, siempre con la misma jerarquía.
Camino hacia los panes mirando el pavimento, solo para no perderme algún centavo tirado. Tengo la costumbre de levantar un poco la mano derecha para rozar con mis yemas el concreto del poste eléctrico que está en mi calle. Mi calle, mi mano, mi casa.
¿Qué desgraciado me habrá dicho, esta es tu casa, en tu calle, con tu poste...
y mis yemas hoy también lo saludan.
Mi pequeño hijo, moreno, enjuto, con ojos de ternura perdida, ha salido corriendo como siempre de la esquina, se ha plantado piecitos juntos y mirando hacia arriba ha dicho, Yo no voy a nacer, respondo Bueno, y parte trotando para ser tragado por el costado de la calle, las palabras tienen un eco que se hace bola en la garganta.
Todos los peces intentan nadar más alto, pero la tierra nos jala, así que se conforman, nos conformamos con creer ser libres de espíritu y abrazarnos a la idea más pura alojada en el recoveco último de la masa encefálica, pero como todo, cada quien tiene la suya.
En la tienda de Don Beto también esta vez los panes están duros, y los huevos con embriones. Solo algunos se salvan de la procreación pendiente, así que cojo dos y los pongo a contraluz del foco, veo, me detengo ante los hechos, la vida no es nada más que un pico con sangre enjaulado en una óvalo, a veces es de cascarón, otras de tierra y mar.
Pero llegará mañana.
Mañana. Bonita palabra cuando el mundo de hechos se remite a los acontecidos hoy, porque después de acostarme este día y sentir de nuevo las amarras deslizarse por mis muñecas, ásperas contra mi piel sin curtir, las romperé mañana de nuevo con los dientes, comeré los huevos duros que hoy compré, remojaré en agua el pan hasta que se pueda engullir, saldré por el bastimento de pasado mañana, rozaré el poste con mis yemas y también pensaré, mi calle, mi casa, mi poste, mis yemas, ¿pero que pasa?, mi hijo nunca se ha comportado así, por lo menos desde que no nace.
No vendrá a mí ni correrá, ni se plantará pies juntos, tampoco me dirá Yo no voy a nacer, sólo seguirá de largo acariciando su tececita morena con los vellos de mi brazo y no se detendrá sino hasta llegar al poste.
Mi pequeño hijo, moreno, enjuto, con ojos resplandeciendo de nada, gritará a lo más alto de aquel fuste eléctrico, Te voy a llevar, abrirá sus bracitos y lo abrazará, lo jalará, lágrimas saldrán de sus ojos y de su pequeño cuerpo de metro diez centímetros, y seguirá tirando de él hasta arrancarlo.
Pero antes de arrancarlo llegará mañana. Con todo y las cuerdas rotas a ras de suelo, huevos duros, pan remojado en agua, yemas al poste, hijo que pasa de largo y abraza un pilar, que tiene en la punta cables de acero inoxidable, que por cierto sirven para una mierda, pegado a esta jaula de agua y tierra de la que embriones peces, humanos nos llaman algunos, no podemos, nunca podremos ni podríamos escapar… Llegó mañana.
Parado, inmóvil, viendo aquella figurita tratar de llevarse lo que no es suyo, se lo digo.
- ¿Por qué no es mío? - me responde con todo su ceño fruncido.
- ¿Cómo tienes la certeza de que es tuyo?
- Yo lo vi primero, eso vale mucho más a que esté en tu calle, que ni siquiera es tuya.
- Dices puras tonterías niño.
- … … … ¡yo lo vi primero!
- ¡Y eso qué!
- Tu siempre has dicho...
- Yo no te he dicho nada.
- ¡Es igual!, tu siempre has pensado que te amarras a una idea, la más pura de tu cabezota torpe, te abrazas a la idea del amor o la libertad o a tu pan duro que te jambas con agua, te amarras a la idea y la vuelves tu camino. Este poste es mi camino.
- Cómo puedes decir que... que... ¡Que este maldito trozo de concreto es tu camino!
- Pues es lo más cercano a ti tontote, cada día levantas tu mano y extiendes tus dedos con la esperanza de rozarlo; lo único que haces a placer. Es mi derecho tenerlo, como es el tuyo que yo no nazca.
- ¡Pero tu siempre corres para decírmelo! - y se lo dije con ese rencor guardado por años de soledad
- Para reprochártelo. Idiota.
-… arráncalo pues.
- Pues déjame de hablar.
La figurilla aquella vuelve a sus fuerzas, a sus lágrimas y a sus leves gemidos por el dolor causado por el esfuerzo. Parece que esto va para largo. Mejor me siento.
El cielo sigue sobre nosotros.
Nada ha cambiado.
Todavía.
Dulce sueño de rosas silvestres, con pasto verde que acaricia la planta de los pies para recordarnos las hormigas. Que bueno que en este sueño las hormigas no muerden.
Dulce sueño con mi amor, se llama Manantial, seguro es la madre de aquella cosita necia. Morena, delgada, con pechos que caben uno en cada mano, dos en cada noche, sonrisa de oreja a oreja bajo unos ojos grandes que lucen perversión felina.
Manantial corre sobre los prados verdes, entre las rosas azules, moradas, amarillas de sol. Mientras Ella salta desnuda al pequeño lago, como un ángel que le han cortado las alas pero no olvidó como volar, voy imaginando cómo se colará el agua por todas las aberturas de su cuerpo, jugando sus formas en el vaivén casi imperceptible del estero, como las noches de mi lengua y su cuerpo, como el barro con el que jugábamos a crear; extraña mezcla: agua y Manantial, el comienzo de un suceso está dentro de sí mismo.
Mera imaginación dentro de un sueño fantástico, porque cuando Manantial cae al agua, no se oye cómo se forma un hueco en aquella cosa transparente, sino el craaaaaack más estrepitoso que haya oído nunca, incluso el alma protesta por aquel ruido tan inhumano y de golpe levanta mis párpados.
Un niño de enjutas carnes morenas, empapadas de sudor, con lágrimas en los párpados, en los poros, lanzando pequeños gemidos como los del estreñimiento, lleva un poste de cinco metros a la espalda, calle arriba.
Allá va el final.
Mi final.
Y no me lo puedo perder.
Empiezo a seguir a mi hijo prenatal por su difícil travesía calle arriba. Carajo, cómo puede aguantar las piedrecillas que se le encajan en los pies, diminutas pero incisivas.
Y así, con todo y piedras y poste, caminamos hasta las faldas de aquel monte que no tenía nombre, ni pasto, ni... solo un letrero muy viejo sobre nosotros. Es la primera vez que lo veo, FELIZ VIAJE, decía. Conforme me voy acercando empiezo a. advertir otras pequeñas letras,
Esta usted saliendo de Aquí,
recuerde que Allá no es mejor que Aquí,
recuerde que Usted es de Aquí,
FELIZ VIAJE
- Un letrero así desanima a uno a cargar con este poste.
- Pues déjalo.
- Solo un poquito más, hasta la cima, ¿Me puedes decir cuando lleguemos a la cima?.
A diez pasos de aquella criaturita me hubiera gustado poder ayudarlo, pero el Karma solo es de uno. Veinte metros para la cúspide, un chorrito de sangre va pintando un costado la camiseta de mi hijo. Solo faltan los soldados, los judíos que le escupan a la cara exigiéndole que lo salve su padre todopoderoso, pero nunca llegaron y su padre tampoco lo hubiera salvado esta vez.
Ya estuviéramos, estamos, estaríamos a diez metros, cuando de repente el niño dejó caer de golpe dos toneladas de concreto para ir a ver a un pájaro tirado con las alas rotas, estuvo hincado largo rato con su camiseta manchada de sangre, mojando al ave con sudor que le escurría por la nariz, pequeñas gotas, mas en un momento previsto por los dos, tomó una piedra del tamaño de un melón y la estrelló contra la cabeza de aquella ave. Su pulgar derecho quedó manchado de rojo hasta el final.
Sólo pude pensar sangre de mi sangre.
La criatura volvió a su trabajo, con una mano alzó el poste hasta la altura del cuello y con la otra la colocó sobre su hombro.
Llegamos.
Me senté después de decirle dónde era la cima e imaginé mi casa... cómo lloraba cal.
- ¿Cómo sabes que esta es la cima? - preguntó con los ojos entrecerrados, dudando.
- Es el punto más alto.
- ¿ A ojo?
- No, a corazón.
- No entiendo.
Un silencio interminable nos abandonó al exilio, pero solo por medio minuto.
- Es hora- no importa quién lo haya dicho.
- Sí, y después el final- tampoco importa.
El poste quedó colocado exactamente en la cima, calculado con el corazón y detenido por el cielo. Tres pedazos de cable bailaban con el viento.
El niño escaló como pudo y sin ayuda hasta lo más alto de aquel pilar, dejó que dos cables se le enrollaran en sus bracitos poco a poco hasta llegar a los hombros. Y se dejó caer. Un trozo seguía bailando.
Que acabe de una vez.
Y tiré la primera piedra, un leve chorro de sangre corría por la frente de mi hijo primogénito, más especial porque no era el primero y sí el último. Y otra y otra y otra y otra y así hasta que no se distinguían sus gestos por aquella sangre que insistía en cubrirle la cara. ¡Que estoicismo de aquel pequeño!, sus gemidos eran igual a los que prorrumpía cuando llevaba la carga.
Y el cielo seguía sobre nosotros y los embriones en su huevo y yo parado frente a un niño colgado a un poste, chorreando sangre, sangre de mi sangre, muriendo. Pero no solo... al tiempo, Manantial triste como los ángeles, se ahogaba en su propia creación y yo también en la mía.
Llegó el final, el principio, mañana.
Ahora, en el vientre de otra madre me gustaría poderle susurrar dulce, muy dulce al oído, Yo no voy a nacer.
acabar de perder.
Samuel Beckett
También hoy he roto con los dientes los duros mecates que oprimían mis muñecas, y también hoy han quedado a ras de suelo amarrados a la pata de la cama. Levanto mi cuerpo con la misma parsimonia de un sacristán en plegaria, la misma de ayer. Desayuno los mismos huevos duros con esta sal que sala menos, el mismo pan mojado; ropa, la que sea. Da lo mismo presentarse al mundo en fachas que de gala si siempre se busca el final.
La aventura del día son los panes de Don Beto. Abro la puerta y contemplo el cielo… ese algo que se expande sobre mi cabeza y la de todos, como reafirmándonos la poca cosa que no creemos ser, que siempre estará él arriba y nosotros abajo, siempre con la misma jerarquía.
Camino hacia los panes mirando el pavimento, solo para no perderme algún centavo tirado. Tengo la costumbre de levantar un poco la mano derecha para rozar con mis yemas el concreto del poste eléctrico que está en mi calle. Mi calle, mi mano, mi casa.
¿Qué desgraciado me habrá dicho, esta es tu casa, en tu calle, con tu poste...
y mis yemas hoy también lo saludan.
Mi pequeño hijo, moreno, enjuto, con ojos de ternura perdida, ha salido corriendo como siempre de la esquina, se ha plantado piecitos juntos y mirando hacia arriba ha dicho, Yo no voy a nacer, respondo Bueno, y parte trotando para ser tragado por el costado de la calle, las palabras tienen un eco que se hace bola en la garganta.
Todos los peces intentan nadar más alto, pero la tierra nos jala, así que se conforman, nos conformamos con creer ser libres de espíritu y abrazarnos a la idea más pura alojada en el recoveco último de la masa encefálica, pero como todo, cada quien tiene la suya.
En la tienda de Don Beto también esta vez los panes están duros, y los huevos con embriones. Solo algunos se salvan de la procreación pendiente, así que cojo dos y los pongo a contraluz del foco, veo, me detengo ante los hechos, la vida no es nada más que un pico con sangre enjaulado en una óvalo, a veces es de cascarón, otras de tierra y mar.
Pero llegará mañana.
Mañana. Bonita palabra cuando el mundo de hechos se remite a los acontecidos hoy, porque después de acostarme este día y sentir de nuevo las amarras deslizarse por mis muñecas, ásperas contra mi piel sin curtir, las romperé mañana de nuevo con los dientes, comeré los huevos duros que hoy compré, remojaré en agua el pan hasta que se pueda engullir, saldré por el bastimento de pasado mañana, rozaré el poste con mis yemas y también pensaré, mi calle, mi casa, mi poste, mis yemas, ¿pero que pasa?, mi hijo nunca se ha comportado así, por lo menos desde que no nace.
No vendrá a mí ni correrá, ni se plantará pies juntos, tampoco me dirá Yo no voy a nacer, sólo seguirá de largo acariciando su tececita morena con los vellos de mi brazo y no se detendrá sino hasta llegar al poste.
Mi pequeño hijo, moreno, enjuto, con ojos resplandeciendo de nada, gritará a lo más alto de aquel fuste eléctrico, Te voy a llevar, abrirá sus bracitos y lo abrazará, lo jalará, lágrimas saldrán de sus ojos y de su pequeño cuerpo de metro diez centímetros, y seguirá tirando de él hasta arrancarlo.
Pero antes de arrancarlo llegará mañana. Con todo y las cuerdas rotas a ras de suelo, huevos duros, pan remojado en agua, yemas al poste, hijo que pasa de largo y abraza un pilar, que tiene en la punta cables de acero inoxidable, que por cierto sirven para una mierda, pegado a esta jaula de agua y tierra de la que embriones peces, humanos nos llaman algunos, no podemos, nunca podremos ni podríamos escapar… Llegó mañana.
Parado, inmóvil, viendo aquella figurita tratar de llevarse lo que no es suyo, se lo digo.
- ¿Por qué no es mío? - me responde con todo su ceño fruncido.
- ¿Cómo tienes la certeza de que es tuyo?
- Yo lo vi primero, eso vale mucho más a que esté en tu calle, que ni siquiera es tuya.
- Dices puras tonterías niño.
- … … … ¡yo lo vi primero!
- ¡Y eso qué!
- Tu siempre has dicho...
- Yo no te he dicho nada.
- ¡Es igual!, tu siempre has pensado que te amarras a una idea, la más pura de tu cabezota torpe, te abrazas a la idea del amor o la libertad o a tu pan duro que te jambas con agua, te amarras a la idea y la vuelves tu camino. Este poste es mi camino.
- Cómo puedes decir que... que... ¡Que este maldito trozo de concreto es tu camino!
- Pues es lo más cercano a ti tontote, cada día levantas tu mano y extiendes tus dedos con la esperanza de rozarlo; lo único que haces a placer. Es mi derecho tenerlo, como es el tuyo que yo no nazca.
- ¡Pero tu siempre corres para decírmelo! - y se lo dije con ese rencor guardado por años de soledad
- Para reprochártelo. Idiota.
-… arráncalo pues.
- Pues déjame de hablar.
La figurilla aquella vuelve a sus fuerzas, a sus lágrimas y a sus leves gemidos por el dolor causado por el esfuerzo. Parece que esto va para largo. Mejor me siento.
El cielo sigue sobre nosotros.
Nada ha cambiado.
Todavía.
Dulce sueño de rosas silvestres, con pasto verde que acaricia la planta de los pies para recordarnos las hormigas. Que bueno que en este sueño las hormigas no muerden.
Dulce sueño con mi amor, se llama Manantial, seguro es la madre de aquella cosita necia. Morena, delgada, con pechos que caben uno en cada mano, dos en cada noche, sonrisa de oreja a oreja bajo unos ojos grandes que lucen perversión felina.
Manantial corre sobre los prados verdes, entre las rosas azules, moradas, amarillas de sol. Mientras Ella salta desnuda al pequeño lago, como un ángel que le han cortado las alas pero no olvidó como volar, voy imaginando cómo se colará el agua por todas las aberturas de su cuerpo, jugando sus formas en el vaivén casi imperceptible del estero, como las noches de mi lengua y su cuerpo, como el barro con el que jugábamos a crear; extraña mezcla: agua y Manantial, el comienzo de un suceso está dentro de sí mismo.
Mera imaginación dentro de un sueño fantástico, porque cuando Manantial cae al agua, no se oye cómo se forma un hueco en aquella cosa transparente, sino el craaaaaack más estrepitoso que haya oído nunca, incluso el alma protesta por aquel ruido tan inhumano y de golpe levanta mis párpados.
Un niño de enjutas carnes morenas, empapadas de sudor, con lágrimas en los párpados, en los poros, lanzando pequeños gemidos como los del estreñimiento, lleva un poste de cinco metros a la espalda, calle arriba.
Allá va el final.
Mi final.
Y no me lo puedo perder.
Empiezo a seguir a mi hijo prenatal por su difícil travesía calle arriba. Carajo, cómo puede aguantar las piedrecillas que se le encajan en los pies, diminutas pero incisivas.
Y así, con todo y piedras y poste, caminamos hasta las faldas de aquel monte que no tenía nombre, ni pasto, ni... solo un letrero muy viejo sobre nosotros. Es la primera vez que lo veo, FELIZ VIAJE, decía. Conforme me voy acercando empiezo a. advertir otras pequeñas letras,
Esta usted saliendo de Aquí,
recuerde que Allá no es mejor que Aquí,
recuerde que Usted es de Aquí,
FELIZ VIAJE
- Un letrero así desanima a uno a cargar con este poste.
- Pues déjalo.
- Solo un poquito más, hasta la cima, ¿Me puedes decir cuando lleguemos a la cima?.
A diez pasos de aquella criaturita me hubiera gustado poder ayudarlo, pero el Karma solo es de uno. Veinte metros para la cúspide, un chorrito de sangre va pintando un costado la camiseta de mi hijo. Solo faltan los soldados, los judíos que le escupan a la cara exigiéndole que lo salve su padre todopoderoso, pero nunca llegaron y su padre tampoco lo hubiera salvado esta vez.
Ya estuviéramos, estamos, estaríamos a diez metros, cuando de repente el niño dejó caer de golpe dos toneladas de concreto para ir a ver a un pájaro tirado con las alas rotas, estuvo hincado largo rato con su camiseta manchada de sangre, mojando al ave con sudor que le escurría por la nariz, pequeñas gotas, mas en un momento previsto por los dos, tomó una piedra del tamaño de un melón y la estrelló contra la cabeza de aquella ave. Su pulgar derecho quedó manchado de rojo hasta el final.
Sólo pude pensar sangre de mi sangre.
La criatura volvió a su trabajo, con una mano alzó el poste hasta la altura del cuello y con la otra la colocó sobre su hombro.
Llegamos.
Me senté después de decirle dónde era la cima e imaginé mi casa... cómo lloraba cal.
- ¿Cómo sabes que esta es la cima? - preguntó con los ojos entrecerrados, dudando.
- Es el punto más alto.
- ¿ A ojo?
- No, a corazón.
- No entiendo.
Un silencio interminable nos abandonó al exilio, pero solo por medio minuto.
- Es hora- no importa quién lo haya dicho.
- Sí, y después el final- tampoco importa.
El poste quedó colocado exactamente en la cima, calculado con el corazón y detenido por el cielo. Tres pedazos de cable bailaban con el viento.
El niño escaló como pudo y sin ayuda hasta lo más alto de aquel pilar, dejó que dos cables se le enrollaran en sus bracitos poco a poco hasta llegar a los hombros. Y se dejó caer. Un trozo seguía bailando.
Que acabe de una vez.
Y tiré la primera piedra, un leve chorro de sangre corría por la frente de mi hijo primogénito, más especial porque no era el primero y sí el último. Y otra y otra y otra y otra y así hasta que no se distinguían sus gestos por aquella sangre que insistía en cubrirle la cara. ¡Que estoicismo de aquel pequeño!, sus gemidos eran igual a los que prorrumpía cuando llevaba la carga.
Y el cielo seguía sobre nosotros y los embriones en su huevo y yo parado frente a un niño colgado a un poste, chorreando sangre, sangre de mi sangre, muriendo. Pero no solo... al tiempo, Manantial triste como los ángeles, se ahogaba en su propia creación y yo también en la mía.
Llegó el final, el principio, mañana.
Ahora, en el vientre de otra madre me gustaría poderle susurrar dulce, muy dulce al oído, Yo no voy a nacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario