- Yo voy a cavar mi hoyo.
- ¿Por qué?
- Porque es lo único que sé hacer.
El viejo clavó de nuevo la pala y un leve temblor de tierra hizo sacudir el ánimo de Pedro; pero su cuerpo quedó pegado, inamovible. Un niño con sus ojos tristes y pelones los veía temblando y con el corazón al borde, tras un manzano. Por cierto era precioso, el manzano.
Pedro seguía mirando aquel viejo con toda la extrañeza que uno puede ocupar para con alguien, sobre todo para con alguien que dice tener ciento noventa y cinco años, que dice morir mañana y más aun que cava el hoyo donde va a ser enterrado; es comprensible, difícil digerir tan tamaño cuento a un sepulturero que vive de historias irreales. Un día contó que Doña Josefa Ortiz le cambió un pañal con cuatro kilos de caca el día antes de ir con el chisme al Tata Hidalgo, que cuando se lo contó al Tata dijo, quien puede cagar tanto no debe ser esclavo, y doña Josefa agregó, debe vivir para tapar los caños de los virreyes. Y según él por eso a vivido tanto, para tapar los caños de los ricos del gobierno. De veras nos es difícil de creer, excepto para el niño. Pero por ahora el importante es Pedro.
- ¿Y como te vas a morir?
- Todavía no lo sé
- ¡Carajo Joaquín, en este mugre pueblo se muere alguien cada uuuuffffff, siempre lo enterramos nosotros!, ¿Qué quieres que les diga a los chismosos, que te mueres mañana y por eso hay otro hoyo? ¡Me van a tirar a loco!
-¿Y ahora yo tengo la culpa de morir?
-Pues si…- Joaquín lo vio de soslayo- no bueno pues no pero… ¡Me recarga la chingada contigo!.
Pedro dio la vuelta y dio fuertes pasos, fuertes y rápidos pasos que auguraban pleito, quien sabe con quién porque con Pedro nunca se sabía. Entró a la cantina.
UNA VICTORIA…………… OTRA……………………… UNA INDIO....................... ………………….………………¿TIENES CAÑARDI? ................................................... ………………………………………………………………………………SALUD……………………..................................................................................................................... ……………………………………………………………………………………………………………………………………………, y durante todos los puntitos siguió tomando: …………………………………………………………………………………………………………………………………………
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El niño se llamaba Raúl, pero el condenado chamaco no importara en esta historia si esa mañana, entre la leche y el bolillo, no le hubiera dicho a su mamá, yo también me quiero morir con Don Joaquín má. Su madre se atragantó con el café.
El viento sonaba a una vieja canción de cuna, entre los viejos árboles del cementerio viejo, con muertos viejos, en este nuevo mundo, donde un niñito escondido tras un manzano sostenía entre sus piernas una pala, mirando al viejo como miró un día los títeres, el día que sintió que algo andaba mal: la fantasía era más dulce que la realidad.
El títere más grande se llamaba Richo, y el pequeño Pundis. Richo le propuso al pequeño que fueran a cortar ciruelas al campo, pero Pundis tenía miedo. Como Raúl había llegado tarde se perdió la parte donde su madre títere les dijo que un cocodrilo títere habitaba en el campo, que comía niños y que siempre tenía hambre. El caso es que aun así van a cortar ciruelas, como es lógico se encuentran al cocodrilo, obvio que lo burlan, que se roban las ciruelas y que se las tragan.
Raúl estaba tan aburrido que decidió pararse antes del … y vivieron felices para siempre. Pero en eso un titiritero con máscara blanca y greña de jipioso se levanta de golpe y dice:
A Pundis le dio chorro y Richo murió atragantado con una semilla,
su madre va a terapia todos los jueves.
Raúl no fue el único que rió, pero si el único que se dobló a carcajadas y que se estuvo riendo varios días en incontables ocasiones. A los titiriteros no los dejaron volver a presentarse.
Ese día Raúl entendió que él era más feliz en el mundo imaginario que en el real, y si eso era una ley (como el mismo Raúl creía) quisiera él también poder vivir en ese mundo.
La mañana de hoy, entre la leche y el bolillo (como ya les dije) el pequeño fantástico le dijo a su mama:
- Yo también me quiero morir con Don Joaquín má.
Y su madre se atragantó con el café (como también les dije).
-Como puedes decir eso chamaco?, te vasir-a confesar el domingo, María Purísima perdona ha este escuincle, no sabe lo que…
- He visto todo lo que tenía que ver.
- ¡Pinche chamaco! tienes once años y debes ser doctor, para curar enfermos y ganar mucho dinero, si sigues diciendo tonterías te rompo el hocico y vas a ver cuando regrese tu pa…
¡eeel gaaas!
Cuando su madre regresó de pedir un tanque de treinta encontró la silla vacía, un vaso manchado de leche y una palita blanca hecha con migajón.
El viejo Joaquín empezó a cavar desde la madrugada, como a eso de las tres. Esa noche Raúl no podía dormir, y se asomó a la calle como esperando algo, algo, algo, cualquier cosa, ándale, le decía al cielo, una navezota que reparta rayos, que rompa la iglesia, que mate a la maestra, ándale, sé que tu puedes. ándale, ya aunque sea una navecita , cuando regresó la mirada a la nada, en uno de sus extremos encontró una silueta, por más peculiar, ese debe ser joaquínpasosdetortuga, ¿qué andará haciendo?. Su curiosidad no dio para más y corrió hacia el cementerio. Así fue como pudo presenciar el primer palazo que desencadenaría la catarsis: Joaquín enterró duro la pala en la tierra, la empujó con el pié y soltó el suspiro mas tierno que un dinosaurio pueda espirar.
Durante la juerga matutina Pedro mandó a tres señores a la chingada, a la que vendía cacahuates le dijo: ¿quiere saber para quien es el hoyo?, pues es para la maldita chismosa de los cacahuates, al cantinero le tiró un puñetazo que lo hizo azotar en el suelo, a Pedro claro está, y cuando se levantó recibió tres patadas en el rabo que lo expulsaron del tugurio, en medio de la rechifla un cacahuate le pegó en el ojo. Tambaleándose se dirigió de nuevo al panteón y como lo esperaba encontró al viejo metido en un hoyo del que volaba tierra. Pero lo sorprendente fue ver al niño de Doña Cleo, metido en otro hoyo, con otra pala, bañado en otro sudor pero con el mismo semblante de trastorno. Si Pedro supiera quién fue Salvador Dalí hubiera jurado que su mirada era igual que esas dos, aunque solo las percibiera con el sentimiento porque aquel borrachito de veinticinco años apenas podía fijar la mirada en un punto y su ojo izquierdo tenía pequeñas partículas de sal.
- Vas a ver cuando se entere tu mamá escuincle cabrón.
- Has lo que quieras.
- Te voy a dar una tunda por irrespetuoso―Pedro tardó medio minuto en articular esta frase y de tanto tallarse la cara Raúl pensó que ya se había cansado de ser feo.
- Aunque te talles tanto la jeta no se te va a caer ¡Pedrocaradeperro!.
Pedro se encabronó muchísimo, así que encabronadamente corrió con su mano alzada hacia el chamaco, peló los ojos con su acumulado encabronamiento de la cantina, lanzó encabronadamente un gritó encabronadísimo y cayó encabronado de hocico por no fijarse que la tierra estaba floja alrededor de los hoyos. Cuando se estaba incorporando un sólido palazo en la nuca lo regresó a tierra. El niño y el viejo se quedaron viendo con la mueca más irreconocible del mundo, era como, como, como… como cuando dos amigos le ven los calzones a una joven, luego se quedan mirando a los ojos por un rato, sin complicidad.
Un chorrito de sangre corría por una grieta.
- Cuéntame de la vez que le bajaste la vieja a Pancho Villa.
- Estoy cansado.
- Nunca debes estar cansado para contar una historia.
- ¿Y si lo estas?.
- Pues cuéntaselo a quien más confianza le tengas ―Raúl río de nuevo, como en los títeres- ¿por que no ríes Joaquín?
- Dicen que la risa es vida, y yo busco lo contrario.
- ¡Que malote eres! ― el niño rió de nuevo.
Palada tras palada fueron entendiéndose el uno al otro, sus venas saltaban casi al mismo tiempo y su corazón latía, extrañamente, más despacio a cada esfuerzo. Casi se querían.
- ¿Por que no has acabado Joaquín?.
- Voy lento.
- Me acuerdo que cuando murió doña Cándida cavaste su hoyo en tres horas, te gustaba ¿verdad?.
- … no era fea―una risita de las que salen por la nariz le salió al viejo.
- Por eso, te gustaba.
- Que te importa.
- Es que me gustaría hablar un poco antes de morir.
- Pus habla con tu mamá, al fin que nos vamos mañana.
- No Joaquín, que sea de una vez.
- Entonces tu muérete cuando quieras.
- Ajá, pero mi única duda es quien va a tapar al otro, porque supongamos que yo me muero primero: me aviento al hoyo, cierro fuerte los ojos y me echas la tierra ¿pero a ti quien te la echa?
- ¿Piensas enterrarte vivo?
- ¿Qué esa no es la onda?
- Pues si quieres.
- ¿Tenías pensado algo más aca?.
- No he pensado en eso todavía.
- ¿Pero entonces cual es tu plan? Porque debes tener uno
- Improvisar chamaco, improvisar.
- ¿Seguirá vivo el caradeperro? - Raúl dejó la pala y salió del hoyo, en cuclillas observaba aquel cuerpo tirado que hedía a alcohol y a sangre fresca.
La tierra volaba por encima del viejo. Una criaturita detenía con su zapato derecho un pequeño caudal de sangre que bajaba imperturbablemente. Un hombre dormido en tierra dejaba escapar sus sueños, más rojos que las manzanas que nunca tuvo el árbol a sus espaldas.
La canción de cuna había cesado.
Y de pronto, sin ningún presagio, ni letanías, ni lágrimas dulces de despedida, ni cielo oscuro; ningún pájaro negro que truncara las esperanzas; acabaron. No al mismo tiempo, pero por poco.
- Vamos a dormir
- Ajá, ¿pero que hacemos con éste?.
Joaquín se quedó mirando el cuerpo por un rato para luego, sin ninguna variación en su áspera voz, decir mientras se encaminaba a su casa, que se cabe su propio hoyo, y ningún niño le advirtió que ya estaba muerto, que nunca más podría cavar un hoyo y mucho menos el propio, pero aunque sí le hubieran dicho el viejo no hubiera reparado.
La noche llegó como llega un autobús, esperado desde temprano para que no se te pase. Dos suspiros de alivio cuando la negrura terminó de estacionarse en su andén. Ya. Es hora de subir, mañana será un gran día. Y se durmieron; dulce y sencillamente se durmieron; uno más caliente que otro, porque siempre tiene consecuencias irse de pinta para cavar un hoyo.
No era la primera vez que el gallo no cantaba, pero sí la primera que la ausencia de su de su canto era ocupado por la bulla de los chismosos. Tampoco era la primera vez que había un muerto, mucho menos en el panteón, pero sí la primera en que todos lo querían ver, oler, chillar y perdonarle todos los desmanes que se pueden ocasionar en un pueblo polvosamente triste, con pocos seres y sin vida.
Cuando Raúl llego al panteón a Joaquín ya le estaban arriando, y por supuesto no entendía porqué. Como llegó tarde se perdió la parte donde uno de los chismosos dijo que estaba cavando un hoyo, DOS HOYOS, dijo otro, EL OTRO ERA PARA EL CHAMACO DE DOÑA CLEO, se escuchó un eeeeeh invertido, tragando el aire, ¡ESTÁ LOCO!, dijo otro, y también dijo otra cosa pero no me acuerdo, el caso es que alguien le lanzó una piedra, otro le lanzo otra piedra y otro… tampoco me acuerdo, bueno, el caso es que otro le atino con un palo, uno con el pie, alguno con otra piedra y alguna con su escoba, y otro con la pala; llegó Raúl... y le escupió a algún chismoso, entonces una madre lo jaló pero se zafó, tiró una piedra a la cabeza de la cacahuatera, otra para el cantinero y otras más que no me acuerdo para quienes eran.
Lo más vistoso del día: Raúl corrió chillando y dio un abrazo fuerte repegando los cachetes en la espalda de un viejo que estaba tirado, medio muerto, que también dejaba correr sus sueños: rojos como las manzanas, llorando las lágrimas más tiernas que un dinosaurio pueda llorar.
- El hoyo grande que sea para Pedro, al viejo tírenlo al acantilado.
- Traigan al cura.
- Tapen el otro hoyo.
Y lo taparon, sin imaginarse que en tres meses lo tendrían que abrir de nuevo, para enterrar a la primera criatura muerta de soledad, culpable de dos crímenes y que aún tiesito conservaba la mirada de Salvador Dalí. La canción de cuna empezó de nuevo, dirigiendo un dulce vals entre las ramas del manzano.
El niño se llamaba Raúl, pero el condenado chamaco no importara en esta historia si esa mañana, entre la leche y el bolillo, no le hubiera dicho a su mamá, yo también me quiero morir con Don Joaquín má. Su madre se atragantó con el café.
El viento sonaba a una vieja canción de cuna, entre los viejos árboles del cementerio viejo, con muertos viejos, en este nuevo mundo, donde un niñito escondido tras un manzano sostenía entre sus piernas una pala, mirando al viejo como miró un día los títeres, el día que sintió que algo andaba mal: la fantasía era más dulce que la realidad.
El títere más grande se llamaba Richo, y el pequeño Pundis. Richo le propuso al pequeño que fueran a cortar ciruelas al campo, pero Pundis tenía miedo. Como Raúl había llegado tarde se perdió la parte donde su madre títere les dijo que un cocodrilo títere habitaba en el campo, que comía niños y que siempre tenía hambre. El caso es que aun así van a cortar ciruelas, como es lógico se encuentran al cocodrilo, obvio que lo burlan, que se roban las ciruelas y que se las tragan.
Raúl estaba tan aburrido que decidió pararse antes del … y vivieron felices para siempre. Pero en eso un titiritero con máscara blanca y greña de jipioso se levanta de golpe y dice:
A Pundis le dio chorro y Richo murió atragantado con una semilla,
su madre va a terapia todos los jueves.
Raúl no fue el único que rió, pero si el único que se dobló a carcajadas y que se estuvo riendo varios días en incontables ocasiones. A los titiriteros no los dejaron volver a presentarse.
Ese día Raúl entendió que él era más feliz en el mundo imaginario que en el real, y si eso era una ley (como el mismo Raúl creía) quisiera él también poder vivir en ese mundo.
La mañana de hoy, entre la leche y el bolillo (como ya les dije) el pequeño fantástico le dijo a su mama:
- Yo también me quiero morir con Don Joaquín má.
Y su madre se atragantó con el café (como también les dije).
-Como puedes decir eso chamaco?, te vasir-a confesar el domingo, María Purísima perdona ha este escuincle, no sabe lo que…
- He visto todo lo que tenía que ver.
- ¡Pinche chamaco! tienes once años y debes ser doctor, para curar enfermos y ganar mucho dinero, si sigues diciendo tonterías te rompo el hocico y vas a ver cuando regrese tu pa…
¡eeel gaaas!
Cuando su madre regresó de pedir un tanque de treinta encontró la silla vacía, un vaso manchado de leche y una palita blanca hecha con migajón.
El viejo Joaquín empezó a cavar desde la madrugada, como a eso de las tres. Esa noche Raúl no podía dormir, y se asomó a la calle como esperando algo, algo, algo, cualquier cosa, ándale, le decía al cielo, una navezota que reparta rayos, que rompa la iglesia, que mate a la maestra, ándale, sé que tu puedes. ándale, ya aunque sea una navecita , cuando regresó la mirada a la nada, en uno de sus extremos encontró una silueta, por más peculiar, ese debe ser joaquínpasosdetortuga, ¿qué andará haciendo?. Su curiosidad no dio para más y corrió hacia el cementerio. Así fue como pudo presenciar el primer palazo que desencadenaría la catarsis: Joaquín enterró duro la pala en la tierra, la empujó con el pié y soltó el suspiro mas tierno que un dinosaurio pueda espirar.
Durante la juerga matutina Pedro mandó a tres señores a la chingada, a la que vendía cacahuates le dijo: ¿quiere saber para quien es el hoyo?, pues es para la maldita chismosa de los cacahuates, al cantinero le tiró un puñetazo que lo hizo azotar en el suelo, a Pedro claro está, y cuando se levantó recibió tres patadas en el rabo que lo expulsaron del tugurio, en medio de la rechifla un cacahuate le pegó en el ojo. Tambaleándose se dirigió de nuevo al panteón y como lo esperaba encontró al viejo metido en un hoyo del que volaba tierra. Pero lo sorprendente fue ver al niño de Doña Cleo, metido en otro hoyo, con otra pala, bañado en otro sudor pero con el mismo semblante de trastorno. Si Pedro supiera quién fue Salvador Dalí hubiera jurado que su mirada era igual que esas dos, aunque solo las percibiera con el sentimiento porque aquel borrachito de veinticinco años apenas podía fijar la mirada en un punto y su ojo izquierdo tenía pequeñas partículas de sal.
- Vas a ver cuando se entere tu mamá escuincle cabrón.
- Has lo que quieras.
- Te voy a dar una tunda por irrespetuoso―Pedro tardó medio minuto en articular esta frase y de tanto tallarse la cara Raúl pensó que ya se había cansado de ser feo.
- Aunque te talles tanto la jeta no se te va a caer ¡Pedrocaradeperro!.
Pedro se encabronó muchísimo, así que encabronadamente corrió con su mano alzada hacia el chamaco, peló los ojos con su acumulado encabronamiento de la cantina, lanzó encabronadamente un gritó encabronadísimo y cayó encabronado de hocico por no fijarse que la tierra estaba floja alrededor de los hoyos. Cuando se estaba incorporando un sólido palazo en la nuca lo regresó a tierra. El niño y el viejo se quedaron viendo con la mueca más irreconocible del mundo, era como, como, como… como cuando dos amigos le ven los calzones a una joven, luego se quedan mirando a los ojos por un rato, sin complicidad.
Un chorrito de sangre corría por una grieta.
- Cuéntame de la vez que le bajaste la vieja a Pancho Villa.
- Estoy cansado.
- Nunca debes estar cansado para contar una historia.
- ¿Y si lo estas?.
- Pues cuéntaselo a quien más confianza le tengas ―Raúl río de nuevo, como en los títeres- ¿por que no ríes Joaquín?
- Dicen que la risa es vida, y yo busco lo contrario.
- ¡Que malote eres! ― el niño rió de nuevo.
Palada tras palada fueron entendiéndose el uno al otro, sus venas saltaban casi al mismo tiempo y su corazón latía, extrañamente, más despacio a cada esfuerzo. Casi se querían.
- ¿Por que no has acabado Joaquín?.
- Voy lento.
- Me acuerdo que cuando murió doña Cándida cavaste su hoyo en tres horas, te gustaba ¿verdad?.
- … no era fea―una risita de las que salen por la nariz le salió al viejo.
- Por eso, te gustaba.
- Que te importa.
- Es que me gustaría hablar un poco antes de morir.
- Pus habla con tu mamá, al fin que nos vamos mañana.
- No Joaquín, que sea de una vez.
- Entonces tu muérete cuando quieras.
- Ajá, pero mi única duda es quien va a tapar al otro, porque supongamos que yo me muero primero: me aviento al hoyo, cierro fuerte los ojos y me echas la tierra ¿pero a ti quien te la echa?
- ¿Piensas enterrarte vivo?
- ¿Qué esa no es la onda?
- Pues si quieres.
- ¿Tenías pensado algo más aca?.
- No he pensado en eso todavía.
- ¿Pero entonces cual es tu plan? Porque debes tener uno
- Improvisar chamaco, improvisar.
- ¿Seguirá vivo el caradeperro? - Raúl dejó la pala y salió del hoyo, en cuclillas observaba aquel cuerpo tirado que hedía a alcohol y a sangre fresca.
La tierra volaba por encima del viejo. Una criaturita detenía con su zapato derecho un pequeño caudal de sangre que bajaba imperturbablemente. Un hombre dormido en tierra dejaba escapar sus sueños, más rojos que las manzanas que nunca tuvo el árbol a sus espaldas.
La canción de cuna había cesado.
Y de pronto, sin ningún presagio, ni letanías, ni lágrimas dulces de despedida, ni cielo oscuro; ningún pájaro negro que truncara las esperanzas; acabaron. No al mismo tiempo, pero por poco.
- Vamos a dormir
- Ajá, ¿pero que hacemos con éste?.
Joaquín se quedó mirando el cuerpo por un rato para luego, sin ninguna variación en su áspera voz, decir mientras se encaminaba a su casa, que se cabe su propio hoyo, y ningún niño le advirtió que ya estaba muerto, que nunca más podría cavar un hoyo y mucho menos el propio, pero aunque sí le hubieran dicho el viejo no hubiera reparado.
La noche llegó como llega un autobús, esperado desde temprano para que no se te pase. Dos suspiros de alivio cuando la negrura terminó de estacionarse en su andén. Ya. Es hora de subir, mañana será un gran día. Y se durmieron; dulce y sencillamente se durmieron; uno más caliente que otro, porque siempre tiene consecuencias irse de pinta para cavar un hoyo.
No era la primera vez que el gallo no cantaba, pero sí la primera que la ausencia de su de su canto era ocupado por la bulla de los chismosos. Tampoco era la primera vez que había un muerto, mucho menos en el panteón, pero sí la primera en que todos lo querían ver, oler, chillar y perdonarle todos los desmanes que se pueden ocasionar en un pueblo polvosamente triste, con pocos seres y sin vida.
Cuando Raúl llego al panteón a Joaquín ya le estaban arriando, y por supuesto no entendía porqué. Como llegó tarde se perdió la parte donde uno de los chismosos dijo que estaba cavando un hoyo, DOS HOYOS, dijo otro, EL OTRO ERA PARA EL CHAMACO DE DOÑA CLEO, se escuchó un eeeeeh invertido, tragando el aire, ¡ESTÁ LOCO!, dijo otro, y también dijo otra cosa pero no me acuerdo, el caso es que alguien le lanzó una piedra, otro le lanzo otra piedra y otro… tampoco me acuerdo, bueno, el caso es que otro le atino con un palo, uno con el pie, alguno con otra piedra y alguna con su escoba, y otro con la pala; llegó Raúl... y le escupió a algún chismoso, entonces una madre lo jaló pero se zafó, tiró una piedra a la cabeza de la cacahuatera, otra para el cantinero y otras más que no me acuerdo para quienes eran.
Lo más vistoso del día: Raúl corrió chillando y dio un abrazo fuerte repegando los cachetes en la espalda de un viejo que estaba tirado, medio muerto, que también dejaba correr sus sueños: rojos como las manzanas, llorando las lágrimas más tiernas que un dinosaurio pueda llorar.
- El hoyo grande que sea para Pedro, al viejo tírenlo al acantilado.
- Traigan al cura.
- Tapen el otro hoyo.
Y lo taparon, sin imaginarse que en tres meses lo tendrían que abrir de nuevo, para enterrar a la primera criatura muerta de soledad, culpable de dos crímenes y que aún tiesito conservaba la mirada de Salvador Dalí. La canción de cuna empezó de nuevo, dirigiendo un dulce vals entre las ramas del manzano.
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