Cada sábado en la noche nos juntábamos a cenar unos amigos cercanos. Dos parejas o tres. Hacíamos pasta y baguetes, tomábamos vino, fumábamos marihuana y sonreíamos que todo supiera tan delicioso, tanto que un día quisimos más, descubrimos en la lengua el poder de algún tipo de felicidad. Fue entonces, creo, que probé a ella, que no era mía, y él también probó el sabor de mi amante. Sabía exactamente igual, no en especie sino en esencia, a un pan robado. Y probamos después lo que no sabe, dulces que no saben en la lengua sino en el cuerpo, extasiados de sustancias todo sabía inmensamente mejor, la pasta, el pan, el vino, el humo, el pecado, el suelo. Cuando nos levantamos corría nuestra estirpe por las encías, nos veíamos con odio, causado por el sabor metálico que produce la sangre en la boca.
domingo, 11 de febrero de 2007
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